jueves, 21 de octubre de 2010

En voz alta

Déjame que me ahorre el buenos días, que te susurre al oído la inferencia que tanto temes: que no eres nada, que te sumes en la calma del silencio cuando pestañas sin retorno; déjame que te recuerde que no ignoro que vives del odio, que idolatras a tus miedos y zarandeas a tus deseos; que escondiste tu inocencia muy adentro del armario; que solo has aprendido a lanzar flechas como Sagitario para dañar la verdad que oculta tu humildad, tu modestia; que yo sé que anhelas escuchar odas a tu grandeza, bendiciones a tu entereza moral, y así, todos los días, recurres a la banalidad de recitar la sarta de prescripciones a tu Ego, ese al que has puesto un candado y has amordazado con la misma falta de piedad con la que haces torvo el camino de los demás, pisoteas sus dudas y estigmatizas sus errores, sus equivocaciones y sus ganas de volar. A pesar de todo no lo tienes tan crudo, maquilla tu ausencia de sensibilidad con disimulo y obra milagros para tu madre, para tu padre, entierra el descalabro y abre las puertas de par en par, que tú, no buscas la esencia, tú, eres la reticencia a demacrar la realidad que como un regalo, te han vendido al precio de un alquiler.

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