Rompa todo, desgarre, muerda, arañe, cóbrese en patadas los robos del lienzo y los hurtos de cada página.
Pise los charcos con fuerza y, violentamente, quiebre el silencio golpeando el suelo con el montón de sandeces escritas más grueso, el de las pastas de cuero y enésima edición, el del cuento de sabiondo resabiado.
Ande tranquilo, el Golem tiene los pies de arena, quizás estilo rococóantierosión del viento, pero no inmune al correr del agua y al gato salvaje de tejado, que como aprendiz de Paco de Lucía, es un as de shink-shink, incluso con guantes.
Alimente su ira, sí, aliméntela, no ose reprimirla, no ose, no, ni osa, ni oso, ni ose. Acuérdese de las olas del norte. ¿Cree que se reprimen cuando perforan la fría piedra?¿Cuando salpican y escarpan, y se agolpan atropellada y saladamente?
Sea, sea, por favor, no se amilane por las historias de a cuatro ruedas, los sudores sin fruto y los juegos sin arte. No tienen color, ni olor, ni tacto, otras cosas sí.
Absúrdece. Nada, nada, nada.