lunes, 1 de noviembre de 2010

Introspección

Yo nunca pude seguirla. De hecho me llevó muchos años de dudas alcanzar esta conclusión. No importa que se hubiese llamado Carmen, que se hubiese llamado Inés, que se hubiese llamado Marta o que se hubiese llamadoTeresa. El caso es que yo no podia seguirla. Un torbellino que entraba en las habitaciones y lo primero que hacia era apagar la luz, sin mediar que fuese de dia, que fuese noche entrada o que hubiese cuatro lamparas de aceite. Al menos, tenia que hacer el gesto de robar la luz con sus manos. Pero no vayan ustedes a caer en la poesía barata y la lírica de baja costura, ella no lo hacia por ninguna inducción metafísica, por querer convertirse en la musa de algún desgraciado de pluma inquieta o porque la luz apagada formase una erógena comunión con su cuerpo. Lo hacia por la misma razón por la que abría los paquetes de galletas por el final o cerraba los ojos y dejaba de escuchar durante una conversación, con el consiguiente enojo del interlocutor. Su razón era, básicamente, ninguna. Sus actos eran carentes de toda racionalidad y faltos de razón por definición, sin llegar a ser si quiera el reflejo de las teorías de algún pedante psicoanalista. Eso si, no tenia reparos en agachar la mirada si sus acciones eran reprobadas, así como tampoco los tenía en tocar, saborear, oler, escuchar o aprender cualquier cosa que a sus sentidos se acercase. Ahora bien, no puedo decir que el empeño que dedicase a tales menesteres fuese, en algo, parecido al interés que en inicio le suscitaban, pues si bien, adoraba las cosas nuevas, tanto había que le asombraba que nunca guardaba empeño suficiente para todo, así que habitual era en su día a día el empezar las cosas y terminar con ellas en el momento en que éstas dejasen de ser espontáneas y vivas, como solía llamarlas ella. Lo cierto es que ella era aquí y ahora, quiero y puedo. Ella era volar, ella era cruzar mares y océanos, y yo...bueno, yo nunca pude seguirla.

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