Sin acuse de recibo, la vida, o las vidas, se cimentan sobre mentiras, mentiras que no hace falta estudiar en caminos, canales y puertos, mentiras que los eruditos tan solo eran capaces de suponer, y que más que ver, entreveían. Ya decía algún docto de andares líricos, que la cuna del hombre la mecen con cuentos. No existe certeza absoluta, ni por ende, axioma en el más estricto sentido de la palabra. Es, pues, esa inexistencia de certeza, la evidencia del mayorazgo de la mentira, o mejor dicho, del trascendantalismo de la ausencia de verdad.
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