jueves, 29 de abril de 2010

Tracción a las cuatro en punto 2 de Feb, a las 23:29


Me encontraba yo abstraído en la lectura de mis propias cavilaciones, cuando sin comerlo ni beberlo, ni tampoco desearlo, me encontré de frente y sin cinturón con un escepticismo que atenuaba cualquier otra tarea y que hacía flaquear hasta el más enraizado axioma. No se libraba del huracán, ni todo aquello sobre lo que había construído mi presente más feliz. La adjetivación pomposa había convertido la pureza y el sentir de las palabras en bellos recuerdos en la mente de algún contador de hojas, estrellas, granos de arena y demás parafernalia antisistema. Tildábanse de eruditos todos aquellos que, seguros en su flotador de intelecto, navegaban río abajo, rápidos del abandono mediante, hacía la más horrenda de las muertes. Y tildábalos yo de, nada, pues no podía desde mi taburete de duda tildar de nada a nadie, y menos cuando dudando hasta de mí mismo, demacraba las horas con un haz de pesadumbre y hastío, de sinsentido no sentido y de ver marchitarse los sueños y las esperanzas de ser un ladrillo en un muro, aunque de adobe fuere.

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